Desde sus alturas contemplo el esplendor  de una Sevilla, otrora orgullosa capital mora. Pos sus escalonen subió el muecín para anunciar desde su cúspide la hora de alabar a Alá a los fieles que inundarían ya la adjunta mezquita. Obra del siglo XII, levantada por la dinastía almohade y toda su majestuosidad para homenajear su fe y cultura. 

Y gracias a esa majestuosidad con que fue ideada hoy podemos contemplarla. Tras la expulsión de los moriscos de España por parte de los reyes Católicos y su entrada a la ciudad, fue una de las primeras empresas la destrucción del templo islamita, cuya misma suerte corrieron muchos otros edificios más. Pero la belleza pudo contra la ira, y

 encanto que el alminar desplegaba sobre los cristianos le permitió subsistir y desempeñar una función tan importante como en su época almohade. 

De alminar islámico a campanario cristiano. Su estilizada figura de ladrillos, de proporciones armoniosas y complejas ventanas, contratan hoy con la mole catedralicia, de tonos grises y puro estilo gótico, la tercera sede obispal más grande de Europa. 

Pero este monumento no perduró intacta en el tiempo, y un terremoto sucedido hace cinco siglos ocasionaron algunos daños en los sectores superiores de la torre, que provocó la sustitución de la antigua cúpula por la veleta o Giralda que la inmortalizó con su nomenclatura para la eternidad. 

Testigo de la multiétnica España, de la apertura del Portal al Nuevo Mundo, de la exposición Iberoamericana del 95; hoy reposa tranquila entre patios ajardinados y perfumes de azar.